Los cuentos aparecen debajo de los dibujos


 EL MOSQUITO TO
  
ace muchos años en un bosque grande, donde había tantos árboles que la luz del sol no llegaba al suelo, vivía un joven aprendiz de búho. El búho Don Mateo había sido como un padre para todos los animales de la comunidad. Pero en realidad sólo era padre del joven Esteban, aprendiz de búho. Don Mateo pasó muchos años en el rango de aprendiz de búho donde ahora se encontraba su hijo, y jamás se atrevió a protestar por nada. Sin embargo su hijo Esteban era un joven inquieto y ambicioso tanto que en ocasiones le había traído problemas. Pues todos los animales sabían donde encontrar a Don Mateo cuando tenían un problema, pero el joven Esteban siempre estaba volando por las escarpadas lomas cuando se le necesitaba.
- Esteban, eres un búho y como búho debes comportarte.- Le dijo su padre un día.
- Pero papá, estoy harto de estar aquí. Déjame que vaya a ver como cazan las águilas.
- Esta noche daremos una vuelta y si quieres llegaremos hasta los nidos de las águilas, pero un búho no debe volar de día. Hay muchos peligros allá fuera que desconoces.
- ¿Peligros? Todo el mundo me respeta porque saben que soy tu hijo. Quiero ser el búho más hermoso y para eso tengo que ejercitar mis alas. Porfa papá.- Insistía con la terquedad de una mula.
- Escucha Esteban, cada animal tiene sus características y debe saber adaptar su vida a ellas.
- Ya, y las mías son ser paciente y aprender a solucionar los problemas de los demás ¿No?
- Por supuesto- Dijo Mateo con dulzura tratando de tranquilizar la ansiedad de su hijo.
- Pues estoy harto, que cada cual se solucionen sus problemas.
- No Esteban, la vida no es así. Debes asumir el papel que la vida te ha dado.
- Soy un ave y mi papel es volar y volar y volar y volar.
- Si pero además de ave eres búho, y los búhos somos animales sabios y por eso servimos a nuestra comunidad de jueces, profesores,...,
- Pero,...,
- Mírate aún eres joven y ahora lo que mejor haces es volar, pero con el tiempo llegarán a ti tus otras cualidades. Debes tener paciencia. Los búhos no destacamos precisamente por nuestras cualidades de vuelo.
- Por eso, quiero volar para aprender a volar como las águilas y los halcones. No quiero ser inteligente, ni paciente, ni sabio, ni siquiera un búho. ¡Solo quiero VOLAR!
- Escucha hijo deja que te cuente una historia que tu abuelo me contó una vez. Tal vez podamos aplicarla a tus ansias de volar.- Esteban ansioso batió sus alas con la intención de iniciar el vuelo pero su padre le retuvo.
- Ya, y que historia será esta vez la del árbol orgulloso, la de la niña que lloraba por su muñeca.
- La niña no lloraba, era la muñeca. Pero no, no es esa, es una historia nueva que jamás te he contado.- Dijo Don Mateo sin enfadarse, con la tranquilidad que los años le habían concedido.- Cerca de la laguna que forma el remanso del río, hace algunos años vivía un mosquito.
- ¿Un mosquito? ¿Me vas a contar la historia de un mosquito?- Protestó de nuevo el joven aprendiz de búho.
- El animal era tan pequeño que apenas tenía que mover las alas para volar.- Continuó su padre como si no le hubiera escuchado.- Esto le había permitido ser uno de los insectos más rápidos e inquietos. Pero su cabeza era tan pequeña que no le cabía mucha inteligencia. El caso es que el mosquito To, que así se hacía llamar nunca había escuchado las lecciones de sus mayores. El prefería practicar su rápido vuelo tratando de mejorar su técnica, para conseguir así ser el más rápido.- Eso le gustó a Esteban y empezó a prestar la atención que las historias de su padre merecían.

>> Una tarde el mosquito To, salió de su casa dispuesto a demostrarle a todo el mundo que él era el animal más rápido del bosque. Primero se encontró con la tortuga Comelechuga. <Hola señora tortuga ¿Ha visto alguna vez en su larga vida un animal más rápido que yo?> Preguntó con su voz trompetera. <Déjame a mi de rapideces yo soy lenta pero segura> Dijo la tortuga Comelechuga sin detener su lento caminar. < ¿Quiere que le demuestre lo rápido que soy? Podríamos echar una carrera, yo volaré a su lado sin esforzarme. Es más, solo volaré con un ala. Y así verá lo rápido que soy.> La tortuga comelechuga le miró atentamente y pensó que no tenía mal aspecto. Si era capaz de caminar tras él, el tiempo suficiente para estirar el cuello, se tomaría un aperitivo de mosquito. <Vale intentémoslo> Aceptó la tortuga Comelechuga. Se pusieron en sus puestos y a la de tres el mosquito To batió su ala derecha con tanta fuerza que cuando la tortuga quiso estirar el cuello y abrir su boca el mosquito To ya estaba fuera de su alcance. < ¡Señora tortuga me ha querido comer!> Acusó asustado el mosquito To. < ¿Cómo voy a querer comerte? Con lo rápido que eres jamás te alcanzaría. Lo que pasa es que estoy lenta y achacosa y ese es el modo que tengo de andar, sacando el cuello y abriendo la boca> Sin quedarse muy convencido el mosquito To vio a la tortuga Comelechuga alejarse caminando del modo más raro que jamás vio caminar a una tortuga. < ¿Porqué habría de mentirle? Las tortugas comen lechuga, todo el mundo lo sabe.> Se dijo a si mismo.
>> Mosquito To, no era de esa clase de animales que tratan de comprender, de modo que sin llegar a entender muy bien lo que había pasado guió su rápido vuelo hacia otro lado, en busca de otros animales a los que demostrar su rapidez. Al pasar sobre un árbol vio a León el camaleón quieto como siempre, abstraído en sus pensamientos. < ¡Hola León! Gritó el pequeño insecto sacando al camaleón de su concentración. <Hola To> contestó León con fastidio. < ¿Qué hacías?> <Estaba probando el cambio del verde al marrón pero alguien me ha distraído> < ¿Te he enseñado alguna vez lo rápido que soy capaz de volar?> <La verdad es que no> Dijo el camaleón mientras miraba con un ojo a To y con el otro a una hoja que amenazaba con caerse. < ¿Quieres que echemos una carrera? León el camaleón había pasado mucho tiempo concentrado en el cambio de colores y ahora se encontraba hambriento. <Vale> dijo viendo al joven mosquito To como una buena comida. To contaba preparado para echar a volar pero antes de que dijera tres, León desplegó su pegajosa lengua dispuesto a comérselo. To echó a volar lo suficientemente rápido como para esquivarla. < ¡Eh! Has intentado comerme>. Gritó entre sorprendido y asustado. < ¿Yo? No, no. Es que,..., estoy acatarrado y cada vez que estornudo se me escapa la lengua de la boca. Es tan larga que a veces no puedo sujetarla ¿Pero como iba yo a querer comerte?> <Es verdad ¿Por qué habrías de comerme?> <Pues eso digo yo ¿Por qué?>

>> El mosquito To, no se había parado a pensar que comen lo camaleones antes del incidente. Y eso pudo haberle costado la vida. Algo le había hecho acordarse de lo que su padre había tratado de decirle tantas veces. ¿Sería cierto que hay animales que comen mosquitos? Pero había demostrado ser tan rápido que en dos ocasiones había burlado los peligros que acechaban y había conseguido salir victorioso. Su padre se sentiría orgulloso cuando se lo contara. Así que decidió volver a casa a contárselo. Y poderle preguntar así qué animales eran los que comían mosquitos.

>> Mientras volaba pensando en sus dotes para el vuelo, vio un pez que nadaba rápido contra la corriente del río. Y pensó que si aquel pez podía nadar tan rápido contra la corriente debía de ser raudo como el viento cuando lo hiciera a favor. De modo que se acercó hasta él y le saludo. <Hola pececillo, he estado mirando como nadas y he quedado maravillado.> <Yo también te he visto volar y lo haces muy rápido> <Si, realmente soy el animal más rápido del bosque> < ¿Por qué no echamos una carrera, a ver cual de los dos es más rápido?> Propuso la trucha Pachucha. < ¿No intentarás comerme?> Desconfió el mosquito To < ¿Yo? ¿Cómo podría yo intentar comerte, si eres el animal más rápido del bosque? Yo soy un pez y no puedo salir del agua, y tu no puedes nadar bajo ella, de modo que jamás podría comerte.> To quedó convencido con la explicación. <Muy bien, saldremos desde aquellos juncos y correremos hasta la piedra.> Cuando dieron la salida pez e insecto comenzaron su loca carrera en busca de la piedra que marcaría cual de los dos animales era el más rápido. To vio que el pez se acercaba inevitablemente más rápido que él. De modo que cerró los ojos y apretó los dientes batiendo sus pequeñas alitas más rápidas de lo que jamás se habían movido. Justo cuando el mosquito iba a adelantar a la trucha esta cambió su rumbo hacia el fondo del río para coger impulso y de un salto salió del agua y se lo comió.
- ¡Papá!- Gritó el joven aprendiz de búho.- No puede morir, él era el animal más rápido del bosque.
- Eso mismo pensaba él. Pero en la vida no vale de nada ser el más rápido, el más grande, o el más feroz, si no tienes algo que vale más que todo eso, la inteligencia. El no hizo caso a su padre cuando trató de explicarle cuales eran los peligros que le rodeaban. Y al no saberlo expuso su vida y la perdió.
- Pero él era joven y todavía no lo había aprendido.
- Por eso debía de haber escuchado más a su padre, para aprender.

Así aprendió Esteban, el joven aprendiz de búho, que aunque es muy importante que los jóvenes jueguen en la vida, no todo es juego. Todos, grandes y pequeños debemos estar atentos para aprender durante toda la vida.

En un lugar secreto



oy he recordado una vieja historia y quiero compartirla contigo. Una noche, hace mucho tiempo, en que la tristeza me invadía y no podía dormir, cerré los ojos para soñar y soñé despierta. Aquella noche soñé contigo y todavía no te conocía. Te imaginé tal y como eres, porque quería soñar con algo maravilloso, para soñar dormida, con la felicidad que despierta encontraría.

Imaginé alguien con quien compartir mis alegrías cuando llegasen y a quien pedir un consejo cuando mi corazón dudase. Alguien bello y amable que despertara en mí, lindos sentimientos. Que compartiera su felicidad conmigo. Que irradiara alegría con tan solo parpadear y sonriera mucho; mucho, mucho, tal y como yo hago. En mi imaginación apareciste tú, pero me deje llevar por la emoción de todo aquello que creaba y te imaginé incompleta.

Esta tarde al escucharte hablar, cerré los ojos para pensar que era aquello que me falto por imaginarte, y tus palabras me explicaron que era aquello que te faltaba.

En mis sueños vi un hada, un hada como tú, vivaracha, sonriente y dicharachera. Capaz de ver la felicidad en cada gota de rocío, en cada rayito de sol, en el color de una flor ya fuera fresca o marchita. Todo aquel que se cruzaba con ella terminaba contagiado de una gran felicidad. Pero la felicidad de Doly, que así se llamaba el hada de mis sueños, era solo aparente. Y te preguntarás por qué. Pues porque Doly se había empeñado en una gran empresa. Y esa no era otra que encontrar sus alas, unas alas grandes y hermosas que le permitieran volar. Y esa era su imperfección,  por eso estaba inacabada. No hay hada que se precie, sin unas alas grandes en la espalda, que la permitan volar por el cielo. Eso hacía que no pudiera ser del todo feliz.

Cada mañana se levantaba y buscaba como ocupar su tiempo. Se pasaba el día navegando por su ventana en busca de información y nuevos horizontes, regalando trocitos de bienestar, preocupándose más por la felicidad de los demás, que por la suya propia. Doly siempre jugaba. Jugaba a buscar la forma de explicar en imágenes lo que sus palabras no llegaban a decir. Y a decir con palabras lo que las imágenes no expresaban.


De esta forma pasaba el tiempo, a la espera de que así un día, le fueran creciendo alas. Después al llegar la noche, se miraba en el espejo a ver si había llegado el gran día. Pero no encontraba más de un pequeño abultamiento a la altura de sus omóplatos. Así que se acostaba haciendo nuevos planes para el día siguiente.

Había consultado con otras hadas y una tras otra le habían dado la misma respuesta. “Busca en tu interior y encontrarás tus alas”. Después de cada una de esas conversaciones Doly se despertaba con fuerzas renovadas y buscaba metas más inalcanzables y más y más amigos a los que regalar abrazos y sonrisas. Porque si por algo se caracterizaba la lucha de Doly, era por encontrar corazones amigos allá donde ella estuviera.

Con el tiempo había llegado a encontrar una efímera felicidad,…, poniendo color en cada rincón de su bosque. Si estaba apática salía a buscar amigos porque cada vez que se encontraba con una sonrisa,…, más grande se hacía la suya. Y si la cara que veía enfrente estaba triste, ella sacaba sus lápices de colores y allí mismo le dibujaba una gran boca sonriente roja de amor, con unos dientes blancos y puros como el aire de la mañana. Así era feliz. Solo con eso,…, ella era capaz de  alimentar su corazón.

Un día una conejita del bosque, la vio saltando de flor en flor radiante y alegre, derramando sonrisas y cantando canciones optimistas como siempre iba, y le llamó para  darle lo que ella siempre buscó.
-          ¡¡¡Dolyyyy!!!
-          ¡Cócotu! ¡¡Qué alegría de verte!! Hacía tiempo que no sabía de ti y te extrañé.- Solo con eso la pequeña coneja ya esbozó una gran sonrisa. Pues hacía apenas unas horas habían estado juntas, y saber que tan pequeño espacio de tiempo había sido suficiente para que le extrañara tanto, le hizo feliz.
-          Yo también te extrañé a ti- dijo Cócotu y lo dijo de todo corazón, porque era verdad- ¿Querrías venir conmigo a mi lugar secreto? Me gustaría compartirlo contigo.
-          Por supuesto amiguita, es un honor que tu lugar secreto deje de ser secreto,…, por lo menos para mí.- Cócotu sonrió pensando que el hadita bromeaba y ahora entenderás porque.

En el primer cruce de caminos Doly ya se sintió perdida. Caminaron por lugares por donde ella no había pensado ir jamás. Eran totalmente irreconocibles para el pequeño hada. Pero en cada rincón creía reconocer algo que en algún momento de su vida había sido suyo. Entre juegos y carreras llegaron a una amplia explanada iluminada por un radiante sol que caía a plomo sobre un lago tan grande, que Doly no fue capaz de ver por donde se derramaba el agua que escuchaba a lo lejos como una gran cascada. El agua del lago, sin embargo, estaba mansa y reflejaba el cielo como un enorme espejo.
-          ¡Que lindo lugar Cócotu! Tú si que sabes regalarte un momento de relax.
-          ¿Yo? – Preguntó la conejita extrañada.
-          Me encanta, el paraíso en mi imaginación no es muy diferente a este remanso de tranquilidad –dijo mientras se asomaba a la orilla del lago para ver su propio reflejo- mira puedo verme en el lago. Soy mas bella de lo que recordaba.
-          ¡Pues claro! Todos somos más bellos de lo que creemos, solo tenemos que mirar con los ojos de otros para ver nuestra hermosura. Con los ojos de aquellos que no nos juzgan. Tú te estas viendo con los ojos del lago.

En ese momento, Doly retrocedió asustada  cayendo de culo al suelo, como  si hubiera visto un extraño ser mirándole desde el mismo fondo del agua. Pero no dudó ni un instante en volver a asomarse, pues lo que había visto en realidad era lo más bello que jamás vieron sus ojos. Al volverse a reflejar, vio dos alas grandes tras su cabeza. Dos inmensas alas de color verde sedosas como algodón y ligeras como el viento.
 
-          ¡¡¡¡Mira Cócotu!!!! ¡¡¡¡TENGO ALAS!!! –Gritó radiante de felicidad.
-          Siempre tuviste alas. Mil veces las tuviste y mil veces las regalaste al primero que las necesitó.- Doly parecía hipnotizada de ver su propio reflejo en el lago, parecía no escuchar a su pequeña amiga.
-          ¡Tengo alas!  ¡Tengo alas! ¡¡¡¡Tengo ALASSSSS!!!- Cócotu sonreía de ver la inocencia de Doly que veía sus alas por primera vez. El pequeño hada movió sus recién reconocidas extremidades y se levantó del suelo como cualquier hada hubiera hecho. Se elevó más y más mientras gritaba -¡¡¡TENGO AAAALAAAAS!!!- Subió, bajó, y llenó el aire de piruetas y acrobacias imposibles. Derrochó alegría, e iluminó todo a su alrededor de destellos dorados. Cuanto más sonreía más bello le parecía aquel lugar. Bajó al lado de Cócotu, le abrazó y juntas se elevaron del suelo.
-          Doly, ¡¡Doly!! Yo también estoy volando. Me mareo,…, yo no estoy acostumbrada, bájame, bájame ¡¡Doly, ¿te has vuelto loca!!- De regreso al suelo Doly le preguntó curiosa como siempre.
-          ¿Dónde me has traído? ¿Dónde estamos? Quiero recordar siempre este maravilloso lugar, donde descubrí mis alas por primera vez.
-          ¿Pero todavía no lo sabes? ¡¡Estamos en tu corazón!! Todas las hadas te lo dijeron siempre “Busca en tu interior.” Cada vez que quieras encontrar la felicidad solo tienes que llegar a este rinconcito. En él tienes todo lo que necesitas. Pero para eso debes dedicarte un tiempo a ti misma, a aprenderte el camino, a saber que la mayor belleza que tienes está aquí. Yo conocía este lugar de memoria porque desde que te conocí, tú guardaste un espacio para mí en tu corazón. Eso sólo lo sabemos tú y yo, y por eso es mi lugar secreto, porque aquí solo tú puedes encontrarme.

Doly, eso me lo enseñaste tú. Tú eres y serás el hada de mi imaginación. Busca en tu interior y verás que nada ni nadie será capaz de destruir lo que en tú interior guardas. Ayer tal vez lloviera sobre el agua del lago, pero tu harás que vuelva a brillar un sol inmenso. No permitas que nadie, ni yo misma te impida diluir los colores de ese valle. Mi fábula es otra pero también quiero vivir un cuento de hadas, por eso sigo volviendo de vez en cuando a mi lugar secreto.






Dedicado a la hadita que en ti imaginé
Dedicado a esa amiga que me guarda un huequito
 en “mi lugar secreto”.
Te lo dedico a  ti.


El Gallo KIRIQUILLO

        rase una vez un gallo llamado Kiriquillo, que no sabía cantar. Os puedo asegurar, yo que le oí, que al cantar solo sabía hacer “gallitos” que hacían reír a carcajada limpia hasta al más serio. Kiriquillo no dejaba por ello de cantar ni una sola mañana al salir el sol. El único que no se reía con los gallitos de gallo cantor era su avergonzado dueño, que odiaba aquel canto con toda su alma.
- Kirí Kirí quirilloooooooooooo.- Cantaba cada mañana.

        Todos los días, al salir el sol, la gente abría las ventanas para oír al gallo Kiriquillo, y reían a carcajada limpia. El gallo salía después pavoneándose entre las gallinas, que burlonas le saludaban entre risas contenidas.
- Buenos días Kiriquillo. Ya escuchamos tu hermoso canto y te agradecemos que nos despiertes cada mañana, con esa alegría y entusiasmo.- Decían las gallinas, aunque entre ellas, comentaban que era su estruendoso alarido, el que maldecían cada mañana porque no las dejaba dormir.
     
      Kiriquillo las agradecía su cumplido y se crecía ante los otros gallos, pues ningún animal de la granja, hacía halagos de sus esplendorosos cantos. Kiriquillo solo tenía dos buenos amigos, un perro sordo y la hija del granjero. Anita, que así se llamaba la niña, se levantaba cada mañana, preparaba las sobras de la noche anterior para su viejo perro Spuk, café para su padre y pienso para los animales. Spuk la acompañaba siempre dentro de la casa donde quiera que fuera, y Kiriquillo la esperaba tras la puerta, para acompañarla fuera.
     
      Un día hubo un incidente en la granja. Un perro se coló por un agujero de la verja y mordió a varias gallinas. Kiriquillo no se enteró de nada, pues estaba de paseo con Anita y Spuk. Por la noche, Alberto, el padre de Anita, salió al corral y se fue derecho hacia el gallo Kiriquillo.
- Mira Kiriquillo- le dijo apuntándole con el dedo- se que llevas muchos años en la granja, y que lo único que te ha salvado de la cazuela, ha sido tu amistad con Anita, porque de no ser así, habría dejado de escuchar tu canto hace mucho tiempo. Pero esto, ya es demasiado. Eres el gallo que peor canta y ni siquiera defiendes a tus gallinas porque te pasas el día con mi hija. Así, que si no te empiezas a comportar como el gallo que se supone que eres, te regalaré al primer granjero que pase por la puerta. Y una cosa te digo, espero que cantes mejor cada mañana y si no sabes hacerlo, no cantes.

        Kiriquillo pasó una mala noche haciendo esfuerzos por aprender a cantar como se suponía que lo tenía que hacer un gallo. Notó que alzando su pico al cielo hasta que le dolía, mejoraba bastante su canto. Y aunque resultaba doloroso, al salir el sol, levantó la cabeza hasta que no pudo más, infló su buche con aire fresco y gritó con toda su fuerza.
- Ki,...,kirillooooo.- Le había salido un gallito final pero ese canto había sido otra cosa. Se pasó todo el día corriendo entre las gallinas, intentando que ninguna se desmadrara. Así que al llegar la noche estaba demasiado cansado, pero debía intentar perfeccionar su ya mejorado canto.
     
      Así pasó semanas enteras cuando una mañana consiguió lo que nunca antes había conseguido. Alzó su cuello más allá de lo posible, infló su buche y cantó como cualquier gallo lo habría hecho.
- Ki KiriKiiiiiii. Ki Kirikiiiiiii.


      Kiriquillo estaba tan cansado que no tuvo fuerzas para alegrarse de lo bien que había cantado. No se sintió orgulloso, sencillamente salió del corral y empezó con su trabajo. Las gallinas comentaban alborotadas que algo había pasado. Que debía de haberse enamorado, para esforzarse tanto en cantar así de bien y en defender su corral de aquella manera, pero el gallo estaba de tan mal humor, que ninguna se atrevió a preguntar.
     
      Cuando había pasado un mes de este cambio, llegó una mañana el sol al horizonte y se oyó el canto de los gallos por todas las granjas del valle, menos en la de Kiriquillo. Nadie en la granja lo notó pues seguían durmiendo. El sol entró por la ventana e iluminó los ojos de Anita con todo su esplendor. La niña se despertó sobresaltada. Ella siempre se levantaba al amanecer con el canto de Kiriquillo y fue la única que notó, que el gallo no había cantado aquella mañana. Bajó a la cocina y preparó el desayuno a su padre. Sólo cuando lo tuvo listo, salió al establo a ver al gallo.
     
      Kiriquillo estaba tumbado con la mirada perdida en algún sitio indefinido. La extrañó que estando despierto no hubiera cantado.
- ¿Qué te pasa Kiriquillo? ¿Por qué no cantaste hoy?
- No sé que me pasa, no puedo cantar.- Dijo el gallo afligido.
- ¿Te duele la garganta?
- No, no me duele nada. Simplemente me encuentro mal.
- Y ¿por qué no puedes cantar?- Preguntó Anita sin entender nada.
- No me apetece. Siento un malestar tan profundo en el pecho, que no puedo cantar.
- Pero si lo haces muy bien, desde hace un tiempo eres el gallo que mejor canta de toda la comarca.- La niña se sentó a su lado.
- Quizás sea eso. Me he esforzado tanto por cantar como todo el mundo espera que cante un gallo, que ahora ellos están felices y yo no puedo hacerlo.- Dijo el gallo sin poder moverse del sitio.
- No te entiendo. Cuando todo el mundo se reía de ti, cantabas cada mañana sin importarte lo que dijeran los demás, y ahora que todos te admiran ¿no puedes cantar?
- Soy el mejor gallo de la comarca, como tú dices. Por las mañanas hago esfuerzos increíbles por cantar, como todos quieren que cante. Luego defiendo mi corral, como tu padre quiere que lo defienda. Por las tardes limpio mis plumas, para aparentar ser guapo como todas las gallinas esperan de mí. Así que cuando llega la noche, estoy tan cansado que apenas como y casi no duermo, por miedo a no despertar a tiempo por la mañana. El primer día me gustó que todos se sintieran orgullosos de mí. Pero ahora, como no duermo, por la mañana me siento cansado y me cuesta el doble cantar. Como apenas como, cada vez me cuesta más controlar a las gallinas. Y últimamente por mucho que ahueque mis plumas, se me ven los huesos. No puedo más.
- Ya sé lo que te pasa.
- ¿Y tiene solución?- Preguntó el gallo sin poner mucho entusiasmo.
- Por supuesto. Tú no eres el gallo de la granja, tú eres el gallo Kiriquillo. Y si trabajas en la granja, no es para ser el gallo del corral, es para poder seguir siendo el gallo Kiriquillo.
- No lo entiendo.
- Mira, tú tienes que ser tú mismo. Tienes que trabajar en la granja para ganarte la comida, pero nunca puedes dejar de ser tú mismo.- Dijo Anita con ternura mientras le acariciaba las plumas.- Te tomas esto demasiado en serio y no dejas nada de tiempo para seguir siendo el gallo que eras antes. Si tienes que cantar,..., canta y si tienes que vigilar a las gallinas,...,  vigílalas, pero nunca dejes de ser el gallo Kiriquillo. ¿Cuánto tiempo hace que no nos divertimos Spuk, tú y yo?- Preguntó y sin dejarle contestar, continuó.- Encuentra un momento para divertirte. Se bromista como eras antes, aunque tengas que gastarle las bromas a las gallinas en lugar de a Spuk. Pero nunca te olvides del gallo Kiriquillo que llevas dentro, él también necesita de tu atención, no solo las gallinas.
- ¿Quieres decir que ahora que hago todo lo que los demás esperan de mí, no debo hacerlo?- Preguntó enfadado sin entender entonces que debía hacer.
- Quiero decir que no debes poner todo tu esfuerzo en una sola cosa. Antes te divertías tanto, que no ponías atención a tu trabajo y te iban mal las cosas. Ahora le pones tanto esfuerzo, que no tienes un momento para divertirte, y también te van mal las cosas. Todo lo bello, lo es en su justa medida. Atiende a lo que te piden sin dejar de escuchar a tu propio corazón. El también tiene sus necesidades.
     
      Era difícil volver a ser Kiriquillo después de tanto tiempo siendo el gallo del corral, pero solo cuando el gallo Kiriquillo lo entendió y lo llevó a la práctica, se dio cuenta de lo que Anita había querido decirle. Ahora incluso parecía que el día tenía más horas. Le daba tiempo a hacer cosas que antes nunca hubiera pensado. Pero sobre todo pudo empezar a ser, él que todo el mundo quería que fuera, sin dejar de ser quien realmente era.

EL ARBOL ORGULLOSO



 rase una vez un árbol que crecía alto, fuerte y frondoso, en un soleado valle de la selva. El curso del río le rodeaba caprichosamente, dejándole aislado de los otros árboles y del resto de animales. Esto le había hecho crecer solitario y desconfiado.

      Un día, desde su envidiable altura, observó que el río traía una bola de pelo naranja y amarilla, dando vueltas y vueltas. Al pasar junto a su pequeño islote quedó embarrancada. Durante unos segundos, la bola de pelo quedó inmóvil, pero de pronto empezó a moverse por si sola, lenta y torpemente. De la pequeña bola de pelo salió una cola, después cuatro patas y por último, una cabeza. El árbol, comprendió entonces que se trataba de un pequeño cachorro de león, que venía enroscado sobre si mismo como un ovillo.
- ¡Eh, tú!- Dijo el árbol con el mal genio que le caracterizaba.- Este islote es mío y la sombra que pisas es la que yo proyecto. Así que vuelve al río para que pueda ver mi majestuosa sombra sin estorbos.
- Pero árbol, estoy demasiado cansado y no puedo cruzarlo. Hace tres días que me caí al río y llevo dando vueltas desde entonces. Estoy muerto de frío y de hambre. Deja que descanse un rato bajo tus ramas, y cuando haya recuperado fuerzas intentaré cruzar de nuevo.
- Yo no he necesitado nada de nadie, de modo, que nada os debo a los demás.- Dijo el árbol egoísta.- Mi islote es lo único que tengo, además de mi gran belleza. Y no lo quiero compartir.
- Por favor déjame descansar sólo un ratito.- Suplicó el cachorro entre fuertes tiritones.- Tú necesitas el agua del río, la luz del sol, el oxígeno del aire y todo lo recibes sin entregar nada a cambio. Haz ahora algo por los demás, no es mucho lo que te pido.
- ¡Yo no necesito a nadie!- Gritó arrogante el árbol.- Así que vete de mi vista y deja que descanse.

      El cachorro abatido por la tristeza y el cansancio se tiró de nuevo al río, con la esperanza de llegar a la otra orilla. Pero sus fuerzas eran tan escasas, que torpemente se fue hundiendo bajo las aguas. El sol que había escuchado la conversación le preguntó entonces al árbol, que por que había dejado que el leoncito se ahogara.
- Nada podía hacer yo por él. En este pequeño islote no llega la luz del sol al suelo, de modo que no se podía calentar. No hay comida, así que no podía saciar su apetito. Fue en busca de lo que necesitaba pero estaba tan débil que no llegó ¡Pobre leoncito!, pero así es la vida. La ley de la selva es cruel a veces.
- Tú pudiste dejarle una de tus ramas para que la usara de puente, pues sabías que estando tan débil como estaba, jamás habría alcanzado la otra orilla.
- ¿Y qué estropeara mis lindas hojas? ¡Oh, no, no! De ningún modo ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Qué hubiera conseguido yo a cambio?
- Los pájaros comentaban que no les dejabas poner sus nidos en los huecos de tu tronco, y no les creí.
- Pues es verdad, lo manchan todo.
- Escuché a los monos protestar porque no les dejabas jugar sobre tus ramas, y me pareció mentira.
- Claro que no, me vuelven loco con sus gritos.
- Oí a las mariposas decir que no las dejabas descansar bajo tus hojas, y no las dejé ni terminar.
- Pues así es, no paran quietas y me hacen cosquillas.
- Entonces mandé al león, para comprobar por mí mismo que aquello no era verdad. Me entristeció mucho comprobar que el equivocado era yo. Que tu egoísmo es tan grande que fuiste incapaz de darle cobijo a pesar de la historia tan triste que te contó.
- Pues no, no fui capaz.
- Y encima pareces estar orgulloso de ser tan egoísta y  miserable como eres.
- Yo no le pedí nada a ninguno de esos animales, porque ellos nada me podían dar. ¿Por qué iba a darles yo, algo que es solamente mío?
- En este mundo todos necesitamos de todos. Y si tú no fuiste capaz de respetar al que un día será tu rey, no mereces el respeto de nadie.
- Vuelvo a repetir que no necesito nada de nadie, y mucho menos respeto. ¿De qué sirve el respeto?
- En castigo a tu egoísmo vas a pasar los tres días más duros de tu vida, para que aprendas a no ser tan orgulloso. Uno por cada día que el león pasó en el agua.

      Así hablaron y el sol fue a comentar con sus amigos el agua, el viento y la tormenta como actuarían, para imponer al árbol el castigo que se merecía. “Debemos asustarlo- dijo el sol- imponerle un castigo por su mal comportamiento, pero sin dañarlo.”

      Al día siguiente, el curso del río, cambió radicalmente y el sol brilló, con más fuerza de la nunca tuvo. La tierra se secó rápidamente alrededor del árbol. Tuvo mucho miedo de morir, de llegar a secarse. Al llegar la noche el árbol estaba terriblemente sediento, pero seguía en pie. Así que se estuvo riendo del sol pensando que había ganado la primera batalla.
- Ja, ja, ja tan abrasador que parecías y fuiste incapaz de secar mis raíces.
      Al segundo día el sol se ocultó tras unas nubes y una leve brisa empezó a soplar. De pronto un terrible vendaval hacía retorcerse todas las ramas del árbol violentamente. Así sopló con fuerza el viento, durante todo el día. Temeroso de que su tronco pudiera partirse estuvo tambaleándose, pero no fue así y al llegar la noche el árbol se reía del viento.
- Ja, ja, ja tan poderoso te creías y fuiste incapaz de partir mis ramas.

      Al llegar el tercer día estaba nublado y no había ni rastro del agua, del sol ni del viento. De pronto empezaron a caer un montón de fuertes y brillantes rayos que amenazaban con prenderle fuego a sus ramas. Y tuvo miedo. Pero ninguno le consiguió quemar. De modo que al llegar el final de este tercer día, el árbol se burlaba de los rayos diciéndoles.
- Ja, ja, ja ¡qué mala puntería! Con tanto ruido que armasteis y no habéis sido capaces de quemar mi tronco.

      Cuando el sol volvió al cuarto día el árbol más engreído que nunca le dijo entre risas:
- ¡Oh! Qué miedo, viene el sol amenazando de nuevo.
- Veo que a pesar del castigo, tu actitud altiva y egoísta no ha cambiado.
- No se porque había de cambiar, sólo quiero que me dejéis en paz. Yo nunca he pedido nada a nadie porque nada me pueden dar.
- Debes comprender que si los que viven a tu alrededor no te respetan acabarías de la forma más ruin para un árbol como tú, siendo pasto de las llamas.
- Si vosotros tan fuertes y poderosos no conseguisteis derribarme ¿Cómo podéis pensar que los animales de la selva podrían dañar mi poderosa estampa? Yo soy más grande y fuerte que ninguno de ellos.
- Si un día te encuentras enfermo y necesitas la ayuda de alguien sólo tienes que pedírmelo. Pero si el orgullo te impide hacerlo acabarás muy mal.

      Y el sol se fue triste al comprobar que el árbol no cambiaba. Que no comprendía que hasta el ser más fuerte de la selva, necesita del resto de seres vivos para poder sobrevivir. De unos necesitará ayuda, de otros simplemente que le respeten.

      Pasados unos días el curso del río no había vuelto a rodear al árbol, por lo que cualquier animal podría ahora acercarse hasta él sin hacer esfuerzo. Una manada de elefantes que pasaban por allí, lo vieron y fueron hacia él.
- Mirar hijos,- dijo el elefante mayor- el agua del río ha dejado de abrazar al árbol egoísta. Como ningún animal podía antes alcanzar sus ramas, están aun cuajadas de dulces frutos ¿Tenéis hambre?
- ¡Si papa!- corearon los elefantes más jóvenes.

      El árbol no les hizo caso, pensando que no hablaban en serio. Y sólo cuando los elefantes empezaron a comer de sus ramas, el árbol se dirigió a ellos con desprecio y altanería, como siempre.
- ¡Eh gordos! ¿Qué os habéis creído vosotros, que voy a alimentar a todos los animales de la selva?
- El sol nos contó tu historia y si tú no nos respetas a nosotros ¿Por qué tenemos que respetarte a ti? Siempre lo hemos hecho y de nada ha servido.
     
      Cuando los elefantes no alcanzaron más frutos, zarandearon el árbol para hacerles caer, partiendo ramas con sus fuertes colmillos. Después de saciar su apetito el árbol quedó torcido y lastimado a consecuencia de los golpes, pero él seguía riendo.
- Ja, ja, ja ¿Es que soy demasiado fuerte para vosotros? Ni siquiera el animal más fuerte y grande de la selva ha podido derribarme, a pesar de intentarlo con insistencia.

      Una mañana calurosa la jirafa se acercó con sus graciosos andares hasta el río para beber. Desde su envidiable altura comprobó que el árbol orgulloso, tenía las hojas más verdes y frescas que jamás había visto. Mientras la jirafa comía del árbol, él no paraba de reír.
- Ja, ja, ja ¿Qué te ha pasado? ¿Te has tragado un palo y se te ha quedado en la garganta? Ten cuidado y no mires al suelo si padeces de vértigo.

      La jirafa que ya había escuchado al sol hablar del árbol, arrancó sus hojas sin escuchar sus burlas hasta que calmó su hambre. Después como si no hubiera oído sus comentarios, se dio la vuelta y se fue sin más.
- ¿Es que no me has oído?- chilló el árbol rabioso de no haberla ofendido- Ya entiendo, eres amiga de los elefantes y os habéis propuesto terminar conmigo ¿No es así? Pues no lo conseguiréis.

      Unos días más tarde, una familia de monos observó que ahora, no había que cruzar el río a nado para jugar en las ramas del árbol egoísta. Como siempre juguetones llegaron al pie de éste, entre saltos y gritos. Entonces el malhumorado árbol chilló enojado.
- Eh vosotros, que un día os sentasteis sobre las ascuas del fuego y se os quemó el traje por el culo, ¿queréis callaros? Estoy descansando.

      Por la forma de hablar y las cosas que decía, los monos comprendieron que aquel era el árbol egoísta del que tanto habían oído hablar. Uno de los monos se subió a una rama y se balanceó en uno de sus juegos adolescentes. Realmente parecía fuerte, así que llamó al resto de la familia. Unos colgaban de la rama y otros saltaban sobre ella.
- Bajaros de mis ramas que aunque están desnudas de frutos y hojas aún son fuertes y no podréis dañarlas.

      Pero los monos no hicieron caso al árbol y al final, la rama cedió. Con un gran crujido la rama cayó al suelo y todos los monos chillaron y saltaron a modo de celebración. Jugaron, saltaron y se columpiaron de otras ramas, hasta que el cansancio los pudo y agotados se fueron en busca de otro árbol más confortable para dormir.
- Ja, ja, ja- se reía el árbol- tan ágiles y revoltosos y no habéis conseguido terminar conmigo.
- Jamás vi un árbol tan feo y desnudo, con la mitad de sus ramas partidas y que su orgullo todavía le impidiera pedir ayuda.
- No se por qué necesitaría ayuda, todavía tengo la copa más bonita de todos los árboles de la selva.

      En los días siguientes los pájaros terminaron con sus frutos y las orugas con sus hojas. Durante el día el árbol se mostraba orgulloso pero al llegar la noche y el sol ya no podía verle, lloraba y se lamentaba de su aspecto. Entonces la luna le habló con la ternura de una madre.
- ¿Porqué te empeñas en ser el más malo?
- ¿Quién habla? ¿Quién está ahí?- preguntó sobresaltado.
- No te asustes, soy yo, la luna. Los dos hemos podido comprobar que los animales no te respetan, de modo que si no cambias tu forma de ser, acabaran contigo en poco tiempo.
- Ya lo intentaron los más grandes de la selva y no lo consiguieron ¿Qué más podrían hacerme? ¿Quién piensas que podría lastimarme?
- ¿Qué no consiguieron nada?- Preguntó la luna sin entender entonces por qué estaba tan triste el árbol- Mira tu aspecto. Tus ramas están desnudas de hojas y frutos, además la mayoría están partidas ¿No ves, que siendo tan cabezón, sólo has conseguido ser el árbol más feo de la tierra?
- Sólo temporalmente, la primavera que viene brotaran nuevas ramas y más hojas que nunca, y volveré a tener los frutos más dulces.
- Hay que respetar a todos los animales, así lo dice la ley de la selva, desde el más grande al más pequeño. Así que si no cambias tu forma de ser lo pagarás muy caro.

      A la mañana siguiente un gran número de termitas y escarabajos llegaron en silencio y preguntaron al árbol.
- ¿Eres tu el árbol orgulloso?
- Si soy yo.- Dijo entre risas- Si ni las orugas, ni los pájaros, ni los monos, ni las jirafas, ni los elefantes, ni la tormenta, ni el viento, ni el sol pudieron conmigo ¿Qué pensáis hacer vosotros? Enanos, diminutos, si apenas puedo veros.

      Las termitas comprendieron que su actitud no había cambiado, así que empezaron a mordisquear su tronco. Al árbol le había dado un ataque de risa y no podía parar de reír. Sus carcajadas podían oírse en toda la selva.
- Pero sol ¿qué intentas ahora? Cada vez mandas animales más pequeños- Dijo entre risas- No puedo creer que pretendas asustarme con esto ¿Qué será lo siguiente que me mandes? ¿Pulgas tal vez? Ja, ja, ja

      El trabajo de las termitas era lento pero continuo. Cavaban largos túneles por dentro de la madera. Así que al cabo de unas horas el árbol se empezó a sentir mal.
- Eh pequeñajas ¿Qué me estáis haciendo?- Dijo el árbol que empezaba a sentirse débil. Ya no se reía. Por primera vez desde que nació sintió que un animal podía terminar con su salud. -¿Por qué no salís de ahí adentro y hacemos un trato?- Preguntó el árbol que se sentía como un viejo, enfermo y quebradizo.

      Debilitado y feo, sin hojas, ni frutos empezó a pensar en las palabras del sol. <<"Debes comprender que si los que viven a tu alrededor no te respetan acabarás de la forma más ruin, para un árbol como tú, siendo pasto de las llamas.">>
- Por favor...- dijo casi en un susurro.

      De repente los animales de la selva de los que un día se burló empezaron a llegar. Se fueron parando a su alrededor y por fin el elefante mayor le preguntó.
- ¿Cómo te encuentras árbol?
- Bien ¿cómo me voy a encontrar?- Su orgullo le impedía dar su rama a torcer.
- Pues no tienes muy buen aspecto.
- ¡Pamplinas! -Dijo el terco árbol como si no fuera con él la cosa.
- ¿No necesitas nada?
- ¿Yo? ¿Qué voy a necesitar yo?- Preguntaba irónico el árbol mientras su tronco se iba debilitando y torciendo poco a poco.
- Perdón, me pareció que habías dicho algo como por favor.

      Llevaba tanto tiempo sin pedir ayuda a nadie, que no sabía como hacerlo. Y esta vez se quedó en silencio, reconociendo que si lo había dicho. Pero como no contestaba, los animales empezaron a marcharse. Uno a uno se iban dando la vuelta y alejándose del lugar.
- Esperad.
- ¿Qué? ¿Qué quieres? ¿Qué necesitas?- Hubo un largo silencio después del cual el árbol consiguió decir.
- Ayuda, necesito vuestra ayuda.

      Después de aquello el árbol se sintió por primera vez feliz y no sólo por su belleza, sino por la belleza de todo lo que le rodeaba. Y sintió que su sabia se rejuvenecía cada día por el simple hecho de compartir todo aquello que poseía.